Gabriel



Gabriel

Gabriel, sentado en su silla de cuero y madera, ve la lluvia caer, envuelto en una densa atmósfera de soledad, mira con gran interés como la calle polvorienta cambia de tono y se transforma en un instante en pequeños charcos. Él como quien intenta descifrar una teoría científica mira como las pequeñas gotas se desbaratan en el polvo de la calle. Gabriel a sus cincuenta y más años se queda estacionado en la puerta, sintiendo el rocío de la lluvia.
Su piel curtida por el sol se eriza con la brisita húmeda. Afuera comienza a recrudecer el aguacero, el sonido amortiguado del agua empieza a dominarlo y se deja llevar a un acantilado de sueño placentero. La ráfaga de ese sueño efímero lo deja una vez más en la escena de la vida real. Otra vez mira con ese interés particular de siempre y ve como el agua en la calle se lleva la hojarasca de dos meses de verano. Una vez más se deja caer en un estado de hombre adormecido, pero esta vez sueña despierto, recuerda con nostalgia los amores pasados, sus amantes de paso y sus tardes de arreboles.

Gabriel pasa su mano áspera por su rostro y siente los años incrustados en sus callos. Se limpia la humedad de la lluvia en su cara o quizás una lágrima suelta por sus recuerdos. 
Gabriel se desvanece en la tarde lluviosa y espera paciente a la amante desaforada de siempre, solos en aquella vieja casa se funden en un amor longevo hasta saciar esos amores escondidos. Y como la lluvia de verano que se desvanece pronto, así también se desvanece su amante por la puerta falsa y una vez más queda en su atmósfera de soledad, adormecido espera paciente a que la lluvia se lleve la hojarasca de sus recuerdos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Nuestro aniversario y un rumor de catástrofe

La casa del pueblo, la casa de mis abuelos

Días que no vendrán